El libro de texto favorece el logro de los aprendizajes esperados.
Es una guía para consultar información en muchos otros textos.
Los maestros usan el libro de texto.
Los buenos materiales educativos son apoyos muy importantes, pero son insuficientes si no hay un profesor que sepa utilizarlos. En ese sentido, se estima que las reformas propuestas en materia educativa hacen una apuesta fundamental que tiene que defenderse: “Hay que rescatar el valor del maestro y hay que tratar a los maestros como profesionales y no como aprendices de un oficio.”
A esto se suman factores como la caída en la inversión del Estado para alimentar las bibliotecas de aula y escolares, pues mientras en 2002 se distribuyeron 37.9 millones de ejemplares, en 2012 se distribuyeron 5.1 millones de ejemplares, de acuerdo con datos de la propia Conaliteg.
¿Por dónde empezar entonces? En “Contagios de lector a lector”, Gabriel Zaid* advertía que los programas destinados a que lean los alumnos de un maestro que no lee no llegarán muy lejos, porque falta lo fundamental: el ejemplo. “Hay que hacer programas para que lean los maestros, empezando por apoyar a los que leen.”
Al momento de enfrentar la cuestión de los libros de texto que se emplean en los salones de clase, es claro que por si solos no pueden ser soluciones universales para remediar el déficit de conocimiento y habilidades básicas que muchos jóvenes suelen arrastrar hasta la universidad.
Los libros de texto no pueden ser considerados, bajo ninguna circunstancia, una solución al margen de los maestros, de las políticas públicas de fomento a la lectura y el desarrollo de una infraestructura sólida para facilitar el acceso al conocimiento.