Spanglish.
Por Ilan Stavans*
AMHERST, Massachusetts — Al llegar al aeropuerto de San Juan, lo primero que escuché fue este diálogo:
– “¿Cómo estás, brother?”
– “¡Muy cool!”.
– “¿Y la situación?”.
– “Ya tú sabes, stinky”.
Se calcula que entre 2010 y 2015, un 7 por ciento de la población de Puerto Rico ha migrado al territorio de Estados Unidos. Algo los une a todos: el elocuente spanglish que se habla para comunicarse.
Sin importar adónde vayas, el spanglish no discrimina en términos de edad, clase o etnia. Lo escuché en la marketa (el mercado), en la guagua (el autobús) y en el bloque (en la manzana del barrio). En la radio, escuché spanglish constantemente en las letras de la música de salsa, la bomba y el reguetón. Y lo leí en el grafiti omnipresente que, más que en cualquier otro lugar que haya visitado en el mundo de habla hispana, parece prestarse al doble sentido.
El spanglish puertorriqueño no apareció de la nada. Ha existido desde la guerra hispano-estadounidense de 1898. O, de manera más concreta, desde que el presidente Woodrow Wilson firmó la Ley Jones-Shafroth en 1917, cuando la isla entró al dilema que la mantiene vencida. Pero en épocas difíciles, “la lengua misma te ayuda a bregar”. Me topé con este diálogo afuera de un restaurante:
– “¿Vas al coffee break ahora?”.
– “No, porque si no doy overtime el boss me coge”.
– “Careful y tómatelo suave”.
Así como el spanglish de Puerto Rico no es del todo nuevo, la isla no es el único ecosistema donde esta forma híbrida de comunicación prospera actualmente.
La frontera entre México y Estados Unidos es otro campo fértil, aunque su spanglish tiene un vocabulario y rasgos sintácticos diferentes. Al igual que las muchas variedades de español en la civilización hispana —el español argentino es distinto del mexicano, del colombiano, del venezolano, del cubano, etcétera— en los últimos cien años o más, el spanglish ha evolucionado lo suficiente como para establecer una serie de dialectos disímiles y claramente definidos. El dominicanish, cubonics, tex-Mex y el spanglish chicano de California deben considerarse en sus propios términos.
Dentro de esos grupos definidos por su nacionalidad, los jóvenes usan el spanglish de manera desemejante que sus mayores.
Durante mucho tiempo, los puristas han buscado estrategias para detener la propagación del spanglish. Lo han descrito como una peste y han buscado maneras de “corregir” la jerga incivilizada de sus hablantes. En 1991, por ejemplo, el codiciado Premio Príncipe de Asturias, quizá el galardón cultural más importante en el mundo de habla hispana, le fue otorgado a Puerto Rico en reconocimiento a la decisión de las autoridades que “con decisión ejemplar, han declarado el español único idioma oficial de su país”.
Agrega nytdirect@nytimes.com The New York Times
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